Entre la libertad de nuestros pasos, el resguardo donde nos cobijamos, para encontrarnos.

domingo, 27 de diciembre de 2009

EL PALIER





Salgo a sacar la basura y ahí está la del 5° C, bolsa en mano, pantuflas gastadas y bata de dormir.
El gato ronda sus pantorrillas, quiere comer. Se refriega en las pantuflas y le chilla desde abajo, con esos alaridos gordos y amanerados que dan los gatos. Desde ahí, sin duda, ve las pantys subiendo por las piernas hasta la liga, caída de todo el día de trabajo.
El animal la huele. Ella exuda aún olor a pescado por las corridas del centro, de bancos y teclas. Hasta que se duche y se meta desnuda en la cama, se acomode de costado, la almohada entre las piernas, con la calentura que le da el roce cuando se amolda y aprieta hasta que no da más. Goza como si el cojín fuera un hombre; o una mujer, que para el caso sería lo mismo, que el placer está en el masaje y no en otra cosa. Si fuera con una mujer, ella la besaría tiernamente y le acariciaría suave los pezones hasta morderlos con el filo de los dientes, en un grito apagado mientras los pubis se absorbieran hasta apropiarse uno del otro, al ritmo de la de arriba, desde las sacudidas de abajo, subiendo por los pies, las rodillas, las caderas, el vientre, la boca...

- ¡Pajero!

- Cuide su imaginación, señora, que yo salí a sacar la basura.